Homilía del Arzobispo Gustavo en Uvalde el 29 de mayo

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Agencia Católica de Noticias

Homilía del Arzobispo Gustavo en Uvalde el 29 de mayo

Monseñor Gustavo García-Siller, MSpS

Homilía – Ascensión del Señor

Uvalde – 29 de mayo de 2022

La Iglesia es una madre. La Iglesia es madre. Todos los bautizados están representados aquí por esta congregación. Todos somos miembros de la Iglesia. Todos somos Iglesia. Como madre de los que sufren en Uvalde, hoy miramos hacia arriba, hacia el cielo, rogando al Padre que les muestre su misericordia. Y abrazamos a las familias como una madre a sus hijos. ¡Lloramos como una madre! ¡Se han llevado a nuestros hijos! El dolor de las familias en Uvalde es el nuestro. Necesitamos orar apasionadamente por ellos y sus hijos.

A lo largo de estos días he experimentado la bondad de las personas, en medio del sufrimiento y la pérdida. Hemos visto estos días la bondad de la gente en medio del dolor.

Reflexionando sobre el mensaje de paz de Jesús, el Papa Francisco ha dicho que en las últimas horas de su vida, Jesús “siente miedo y dolor, pero no da paso al resentimiento (…) No se permite amargarse, no ventilación, él no es impaciente. Está en paz, una paz que brota de su corazón manso acostumbrado a la confianza. Jesús es la fuente de nuestra paz. Porque nadie puede dar paz a otro si no la tiene dentro de sí mismo”.

Después de resucitar de entre los muertos, Jesús no regresa para vengarse de quienes lo asesinaron o lo abandonaron. Su primer saludo a sus discípulos es: “La paz sea con vosotros”. Las palabras del Resucitado son: “La paz esté con ustedes”. Él dio su vida por nosotros al morir en la cruz para darnos la plenitud de la vida. Gracias a él somos un pueblo de vida. Él nos permite abrazar profundamente el dolor mientras lo atravesamos y nos permite consolar con esperanza a los que lloran. Él nos fortalece en tiempos de prueba. Para Dios ninguna vida se pierde. Jesús es nuestro Salvador. Hoy, que ha terminado su misión, nos invita a mirar hacia arriba, a la espera de “la promesa del Padre”: ¡envía el Espíritu Santo!

La glorificación total de Jesús acontece desde el momento de la Resurrección, que está muy concretamente ligada a la historia, al mundo ya nuestra vida terrena. La Ascensión proclama y confirma nuestra fe en el Resucitado. Al mismo tiempo, apunta y atrae nuestra mirada hacia arriba, impulsando nuestra esperanza hacia la meta final. Jesús nos invita a vivir desde Él, hasta el final.

Jesús nos revela que nuestra fe y nuestro amor son inseparables de nuestra esperanza, y nos abre un horizonte más luminoso. La esperanza de lo que estamos llamados a ser siempre dominará nuestra imaginación. Nuestra fe nos permite confiar que nuestros hijos en Uvalde que nos dejaron, ya disfrutan de una alegría infinita.

Después de la Pasión y Muerte, los discípulos necesitan experimentar al Maestro plenamente vivo. La comunidad de discípulos también necesita “resucitar” —por así decirlo— de sus miedos, de sus dolores, de sus errores. Su fe está consolidada. La tarea del Señor en la historia se ha cumplido. El cielo está abierto a todos, porque todos están llamados a compartir la salvación de Dios. Jesús nos abrió el camino para llegar al cielo.

Reflexionando sobre el misterio que celebramos hoy, el Papa Benedicto XVI dijo: (cita) “La Ascensión del Señor significa que Cristo no se ha apartado de nosotros, sino que ahora está, gracias a su ser con el Padre, cerca de cada uno de nosotros”. nosotros por siempre. Cada uno de nosotros puede estar en términos íntimos con él; cada uno puede invocarlo. El Señor siempre está al alcance de la mano. Podemos alejarnos interiormente de él. Podemos vivir dándole la espalda. Pero él siempre nos espera y siempre está cerca de nosotros”. (Fin de la cita).

Cuando el Papa Francisco visitó los Estados Unidos, describió un mundo contemporáneo con heridas abiertas que afectan a tantos de nuestros hermanos y hermanas, y nos dio algunas pautas para seguir adelante, cito:

Nuestra respuesta debe (…) ser de esperanza y sanación, de paz y justicia (…) Nuestros esfuerzos deben apuntar a restaurar la esperanza, corregir los errores, mantener los compromisos y así promover el bienestar de las personas y de todos los pueblos. Debemos avanzar juntos, como uno solo, en un espíritu renovado de fraternidad y solidaridad, cooperando generosamente por el bien común. Los desafíos que enfrentamos hoy exigen una renovación de ese espíritu de cooperación, que ha logrado tanto bien a lo largo de la historia de los Estados Unidos. La complejidad, la gravedad y la urgencia de estos desafíos exigen que unamos nuestros recursos y talentos, y decidamos apoyarnos unos a otros, con respeto por nuestras diferencias y nuestras convicciones de conciencia”. Fin de la cita.

Estas palabras nos hablan en nuestra situación actual, aquí, en Uvalde.

Jesús resucitado quiere seguir haciéndose presente al mundo a través de la vida nueva dada a su comunidad. Jesús quiere vivirse en nosotros, ya través de nosotros, dando vida al mundo. Los discípulos no quieren separarse de Jesús, pero es mejor para ellos que Él se vaya, para que el Espíritu Santo siga obrando en sus corazones. La Ascensión fue el momento propicio para dejar la comunidad resucitada en manos del Consolador, el Espíritu Santo, que debe conducirla hasta el final. La Iglesia debe salir de sí misma. Estamos llamados a consolar, a hacer presente a Dios en el mundo, a ser constructores de paz. La invitación es a ser instrumentos de su paz.

El Espíritu Santo nos capacita para ser partícipes de la misión de Jesús. Nos envía al mundo entero para anunciar la paz, viviendo concretamente su mandamiento nuevo de amarnos los unos a los otros. Amémonos de corazón. No debemos quedarnos ociosos, mirando al cielo, pensando en el regreso de Jesús y esperando que haga lo que nos manda. Debemos asumir nuestra responsabilidad de hacer presente en todas partes el amor de Dios. Entre el momento de la Ascensión y el final de los tiempos, nuestra acción es necesaria para comunicar a todos el mensaje de paz y salvación de Dios. Debemos trabajar y orar, transformando la historia a través del Espíritu de Jesús. Escuchemos sus palabras:

“La paz os dejo; mi paz os doy; no como el mundo lo da. No se turbe ni tenga miedo vuestro corazón.” “La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde.” (Juan 14:27)

“De cierto, de cierto os digo, lloraréis y lamentaréis, pero el mundo se regocijará; Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Juan 16:20).

Nuestra Señora de Guadalupe, María, Madre de Dios por quien se vive, ayúdanos a conservar las palabras de Jesús en nuestra mente y en nuestro corazón, mientras nosotros, Iglesia sinodal, transformada por la esperanza, ¡reconstruimos nuestro mañana!

¡Transformados por la esperanza, construyamos nuestro mañana!

Arzobispo Gustavo García-Siller, MSpS

Homilía – La Ascensión del Señor

Uvalde – 29 de mayo de 2022

La Iglesia es madre. Todos los bautizados son representados aquí por esta congregación. Todos somos miembros de la Iglesia. Como madre de los que sufren en Uvalde, hoy miramos hacia arriba, hacia el cielo, rogando al Padre que les muestre su misericordia. Y abrazamos a las familias como una madre a sus hijos. ¡Lloramos como una madre! ¡Nuestros hijos nos han sido arrebatados! El dolor de las familias en Uvalde es el nuestro. Necesitamos orar apasionadamente por ellos y por sus hijos.

A lo largo de estos días experimentó la bondad de las personas, en medio del sufrimiento y la pérdida.

Reflexionando sobre el mensaje de paz de Jesús, el Papa Francisco ha dicho que en las últimas horas de su vida, el Señor “experimenta miedo y dolor, pero no deja espacio al resentimiento… No se deja llevar por la amargura, no se desahoga, no se muestra incapaz de soportar. Está en paz, una paz que proviene de su corazón manso, habitado por la confianza. Y de ahí surge la paz que Jesús nos deja. Porque no se puede dejar la paz a los demás si uno no la tiene en sí mismo”.

Después de resucitar de entre los muertos, Jesús no regresa para vengarse de quienes lo asesinaron o lo abandonaron. Su primer saludo a sus discípulos es: “La paz esté con ustedes”. Él dio su vida por nosotros muriendo en la cruz para darnos la plenitud de la vida. Gracias a él somos un pueblo de vida. Él nos permite abrazar profundamente el dolor mientras lo atravesamos y nos hace capaz de consolar con esperanza a los que lloran. Él nos fortalece en tiempos de prueba. Para Dios ninguna vida se pierde. Jesús es nuestro Salvador. Hoy que ha culminado su misión, nos invita a mirar hacia arriba, a la espera de “la promesa del Padre”: ¡envía el Espíritu Santo!

La glorificación total de Jesús sucede desde el momento de la Resurrección, que está muy concretamente ligada a la historia, al mundo ya nuestra vida terrena. La Ascensión proclama y confirma nuestra fe en el Resucitado. Al mismo tiempo, apunta y atrae nuestra mirada hacia arriba, impulsando nuestra esperanza hacia la meta final. Jesús nos invita a vivir desde Él, hasta el final.

Jesús nos revela que nuestra fe y nuestro amor son inseparables de nuestra esperanza, y nos abre un horizonte más luminoso. La esperanza de lo que estamos llamados a ser siempre superará a nuestra imaginación. Nuestra fe nos permite confiar que nuestros hijos en Uvalde, que se nos fueron, ya gozan de una alegría infinita.

Después de la Pasión y Muerte, los discípulos necesitan experimentar al Maestro completamente vivo. La comunidad de discípulos también necesita “resucitar” – por así decirlo – de sus miedos, de sus dolores, de sus errores. Su fe es consolidada. La tarea del Señor en la historia se ha cumplido. El cielo está abierto a todos, porque todos están llamados a compartir la salvación de Dios. Jesús nos abrió el camino para llegar al cielo.

Reflexionando sobre el misterio que celebramos hoy, el Papa Benedicto XVI dijo: “la Ascensión del Señor significa que Cristo no se ha alejado de nosotros, sino que ahora, gracias a su estar con el Padre, está cerca de cada uno de nosotros, para siempre. Cada uno de nosotros puede tratarlo de tú; cada uno puede llamarlo. El Señor está siempre atento a nuestra voz. Nosotros podemos alejarnos de él interiormente. Podemos vivir cambiando la espalda. Pero él nos espera siempre, y está siempre cerca de nosotros.”

Cuando el Papa Francisco visitó Estados Unidos, describió un mundo contemporáneo con heridas abiertas que prosperó a tantos de nuestros hermanos y hermanas, y nos dio algunas pautas para seguir adelante: Nuestra respuesta, dijo, “es de esperanza y de reconciliación, de paz y de justicia. (…) Nuestro trabajo se centra en devolver la esperanza, corregir las injusticias, mantener la fe en los compromisos, promoviendo así la recuperación de las personas y de los pueblos. Ir hacia delante, en un espíritu renovador de fraternidad y solidaridad, cooperando con entusiasmo al bien común.

El reto que tenemos que afrontar hoy nos pide una renovación del espíritu de colaboración que ha producido tanto bien a lo largo de la historia de Estados Unidos. La complejidad, la gravedad y la urgencia de tal desafío exige poner en común los recursos y los talentos que poseemos y empeñamos en sostenernos, respetando las diferencias y las convicciones de conciencia”.

Estas palabras nos hablan en nuestra situación actual, aquí, en Uvalde.

Jesús resucitado quiere seguir haciéndose presente al mundo a través de la vida nueva dada a su comunidad. Jesús quiere vivirse en nosotros, ya través de nosotros, dando vida al mundo. Los discípulos no quieren separarse de Jesús, pero es mejor para ellos que Él se vaya, para que el Espíritu Santo siga obrando en sus corazones. La Ascensión fue el momento propicio para dejar la comunidad resucitada en manos del Consolador, el Espíritu Santo, que debe conducirla hasta el final. La Iglesia debe salir de sí misma. Estamos llamados a consolar, a hacer presente a Dios en el mundo, a ser constructores de paz. La invitación es a ser instrumentos de su paz.

El Espíritu Santo nos capacita para ser partícipes de la misión de Jesús. Nos envía al mundo entero para anunciar la paz, viviendo de manera concreta su mandamiento nuevo de amarnos los unos a los otros. Amémonos de corazón. No debemos quedarnos ociosos, mirando al cielo, pensando en el regreso de Jesús y esperando que Él haga lo que Él mismo nos manda a hacer. Debemos asumir nuestra responsabilidad de hacer presente el amor de Dios en todas partes. Entre el momento de la Ascensión y el final de los tiempos, nuestra acción es necesaria para comunicar a todos el mensaje de paz y salvación de Dios. Debemos trabajar y orar, transformando la historia por el Espíritu de Jesús. Escuchemos sus palabras: “La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde” (Juan 14,27).

“Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se cambiará en gozo” (Juan 16, 20).

Nuestra Señora de Guadalupe, María, Madre de Dios por quien se vive, ayúdanos a conservar las palabras de Jesús en nuestra mente y en nuestro corazón, mientras nosotros, Iglesia sinodal, transformada por la esperanza, ¡reconstruimos nuestro mañana!

¡Transformados por la esperanza, construyamos nuestro mañana!