Homilía del Arzobispo en la Misa conmemorativa de los migrantes el 30 de junio

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Agencia Católica de Noticias

Homilía del Arzobispo en la Misa conmemorativa de los migrantes el 30 de junio

Catedral de San Fernando 


Querido pueblo de Dios. Aquí presentes tenemos obispos, clérigos, líderes de diferentes comunidades de fe, personas que se dedican al servicio de los migrantes, servidores públicos, cónsules de diferentes naciones, mujeres y hombres de vida consagrada. De manera especial reconocemos a los migrantes de Honduras, El Salvador, Guatemala, México y muchas otras naciones aquí presentes, que han venido a rezar y solidarizarse con lo sucedido. Gracias por darle un rostro humano a nuestros hermanos y hermanas migrantes.

El Señor dice, en el Éxodo, “No oprimiréis ni afligiréis al extranjero residente, porque en otro tiempo fuisteis extranjeros que residíais en la tierra de Egipto. … Si alguna vez les haces daño y claman a mí, ciertamente escucharé su clamor” (Éx 22:20.22). No todos los pecados tienen el mismo grado de maldad intrínseca con que se ofende a Dios, ni sus consecuencias son igualmente graves. La explotación de los pobres, y en particular de los migrantes, que huyen de situaciones dramáticas en busca de oportunidades y esperanza, es particularmente grave.

La carnicería por abandono —intencional o negligente— de nuestros 53 hermanos asesinados el lunes, es uno de esos “pecados que claman al cielo”. Cualquiera que no esté indignado es cómplice al menos hasta cierto punto. Ellos son los hijos de Dios. Lamentamos la pérdida de estos hermanos y hermanas inmigrantes porque son miembros de la familia de Dios. Humanos como todos nosotros, con familias, con sueños, con desesperanzas y que fueron abandonados. No era un remolque abandonado; eran seres humanos abandonados.

Ciertamente, son los comerciantes de la muerte quienes consideran las vidas como mercancías y, en última instancia, como daños colaterales. Sin embargo, no es permisible que nadie en nuestra sociedad se quede de brazos cruzados y mire para otro lado ante la crisis humanitaria provocada por la migración irregular. Todos tenemos un papel que desempeñar en solidaridad con las personas que huyen en busca de oportunidades de desarrollo. Buscando vivir, permanecer en la existencia.

Aunque es responsabilidad de todos, corresponde principalmente a los fieles laicos, la mayoría de vosotros hermanos y hermanas, crear los incentivos políticos para que los representantes electos cumplan con su deber de aprobar reforma migratoria integral. El pueblo de fe representado con los diversos líderes aquí presentes, los fieles laicos, deben asumir sus responsabilidades ante Dios, y los bautizados, ser fieles a su bautismo cumpliendo con su deber de santificar la vida social organizándolo según los valores evangélicos. Todos deben poner su granito de arena para ser parte de la solución.

La Enseñanza Social Católica brinda orientación moral principalmente a los laicos en su deber de compromiso cívico. Toda la vida social se basa en nuestra responsabilidad compartida de defender la dignidad humana y perseguir el bien común, y lo hacemos a través de la práctica de la solidaridad y la subsidiariedad.

Hermanos y hermanas, muchos de los que estamos aquí somos migrantes o inmigrantes. La inmigración es un fenómeno natural que surge de la oferta y demanda de trabajo y seguridad. Y conocemos las historias de tanta gente, tal vez nuestras propias historias. Es como un chorro de agua. Si no se le da un canal, lo encuentra naturalmente, pero no de la manera correcta. La migración es un derecho humano natural. Asimismo, el país receptor tiene el derecho y el deber de regularlo.

De manera muy concreta, el camino de los inmigrantes se identifica a menudo con el itinerario de las bienaventuranzas descritas en el evangelio de Mateo. Nos hace bien escuchar sus experiencias más allá de titulares y editoriales. En la medida de lo posible, sugiero escuchar de primera mano las historias de los inmigrantes. Esta mañana estuve en Caridades Católicas, había inmigrantes de Cuba, Afganistán, Ucrania, Congo y otros lugares. Vi el interés de la gente que trabajaba allí; cómo estaban prestando atención a sus historias. Son tesoros, podemos aprender, nos pueden llevar a amar, a amar mejor y más. No es raro que se den cuenta, en sus vidas, de los valores del Evangelio. Han recorrido desafiantes jornadas espirituales a lo largo de su éxodo físico. Son un gran regalo para los países de acogida, como el nuestro, que debe su grandeza en gran medida a su espíritu inmigrante.

Como dijo el Papa Francisco, estos amados hombres y mujeres, en su mayoría adultos jóvenes, estaban siguiendo su esperanza de una vida mejor. Y todos sabemos lo que es desear una vida mejor.

Al confiarlos al abrazo misericordioso de Dios, estamos advertidos para que sus vidas no se hayan perdido en vano. Esta tragedia debe prevenir otras. “Que el Señor abra nuestros corazones para que estas desgracias nunca vuelvan a suceder”.

Que aprendamos a caminar por el camino de las bienaventuranzas en nuestro compromiso cívico, dándonos cuenta de que la política -bien entendida- es un servicio a las comunidades, es lo contrario a la confrontación ideológica. Es una de las más altas formas de caridad. Es una forma de amar, de servir a la comunidad, de buscar el bien común. Es un camino que comienza por amar a nuestro prójimo más cercano para poder amar incluso a aquellos que no conocemos.

Que las esperanzas de que estos hermanos y hermanas difuntos, a quienes amamos, se cumplan más en el cielo. Los encomendamos a Dios, por intercesión de Nuestra Madre Santísima, especialmente en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. Que ella, como madre, como buena madre, la mejor madre, los guíe en su viaje final hacia aguas tranquilas, donde se refresquen sus almas.

Que las oraciones de tantas personas de fe y las oraciones del mundo entero sean un consuelo para los familiares y amigos de nuestros 53 hermanos y hermanas. Creemos que por la misericordia de Dios,

de ellos es el reino de los cielos.

serán consolados.

heredarán la tierra.

estarán satisfechos.

se les mostrará misericordia.

ellos verán a Dios.

serán llamados hijos de Dios.

de ellos es el reino de los cielos.