Location: Basílica de Santa María de Guadalupe
Queridas hermanas y hermanos en Cristo, hoy nos reunimos para celebrar un hito muy importante para las Oblatas de Jesús Sacerdote. Cuando una asociación comienza a medir su vida en siglos, constatamos que se trata de una obra algo más que humana. Ya lo sabíamos, pero la gracia de llegar a este día nos da una oportunidad singular de apreciar y agradecer al Señor por sus dones. El centenario de la fundación de su congregación, dedicada a amar el Sacerdocio de Jesús y hacerlo amar a través de vidas de oración y servicio, es motivo de celebración para la Iglesia. No solamente se trata de una conmemoración de un evento histórico, sino del testimonio de un gran legado vivo de fe, dedicación y amor que ha perdurado durante cien años. Es un momento para reflexionar sobre la profunda misión que Dios les ha confiado y para renovar su compromiso con esta santa vocación.
Nuestras lecturas de hoy iluminan bellamente la esencia de su vocación. En la lectura del libro del Éxodo, presenciamos la ratificación del pacto entre Dios y su pueblo. Moisés, sirviendo como mediador, rocía la sangre de la alianza sobre el altar y el pueblo, simbolizando su unidad y compromiso con los mandatos de Dios. “Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor”, proclamó el pueblo a una sola voz.
Esta escena nos recuerda la fundación de las Oblatas de Jesús Sacerdote: una alianza de amor y servicio. Así como los israelitas se comprometieron a cumplir la voluntad de Dios, ustedes han dedicado sus vidas a servir al Pueblo Sacerdotal de Dios, ofreciendo sus oraciones y acciones como un sacrificio vivo. Esta alianza no es solo un acuerdo histórico, sino una renovación diaria de su compromiso con la voluntad salvadora de Dios, encarnado en su incansable servicio y oración incesante.
La Carta a los Hebreos nos recuerda a nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo, quien entró en el santuario con su propia sangre, asegurando la redención eterna para todos nosotros. A diferencia de la antigua alianza, que requería sacrificios repetidos, el sacrificio de Jesús se realiza una vez y para siempre, purificándonos y abriendo el camino a la vida eterna. El dolor supremo del sacrificio del Señor es la culminación de todo servicio: nuestra Salvación. Al actualizarse en cada santa misa, se nos ofrece la oportunidad de convertir también nuestro dolor en participación del mismo servicio. Así, como Conchita podemos orar desde el corazón en todo momento y particularmente en las horas de mayor oblación de uno mismo: Jesús, Salvador de los hombres: ¡Sálvalos!
La Eucaristía está en el corazón de la vida y misión de las Oblatas de Jesús Sacerdote. Es en la Eucaristía donde encuentran la fuente de su fuerza, el alimento para su camino y el modelo para su entrega. Cada vez que participan en la Eucaristía, renuevan su unidad con el sacrificio de Cristo, haciendo de sus vidas, por obra del Espíritu Santo, una ofrenda constante a Dios Padre en unión con Jesús, quien es a la vez Sacerdote y Víctima. Esta devoción eucarística alimenta su misión de hacer amado el Sacerdocio de Jesús y les inspira a servir con amor y humildad.
En el Evangelio de Marcos escuchamos el relato de la Última Cena, donde Jesús instituyó la Eucaristía. “Tomen, esto es mi cuerpo.” “Esta es mi sangre, la sangre de la alianza derramada por muchos.” Estas palabras no son solo un mandato, sino una invitación a entrar en una profunda comunión con Él.
María, la Madre de Cristo Sacerdote, se presenta como un ejemplo perfecto de cómo responder a esta invitación. Su vida fue un constante “sí” a la voluntad de Dios, una participación dispuesta en el plan divino de salvación. Al pie de la cruz, unió su sufrimiento al de su Hijo, encarnando el espíritu de entrega y sacrificio. Como bautizados, todos estamos llamados a emular el ejemplo de María, abrazando una vida de obediencia a la voluntad de Dios, de humildad y fe inquebrantable. Como Oblatas de Jesús Sacerdote, ustedes están llamadas a testimoniar esta imitación de María como una luz que atrae a todos al seguimiento de la Madre.
Hoy es un buen día para repetir con el antiguo pueblo de Israel: “Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor”. Al celebrar este centenario, honramos el legado del Padre Félix de Jesús Rougier, de Isabel Padilla y de todas las hermanas que las han precedido en la fidelidad a este hermoso carisma, de las comunidades que las rodean y de todos sus benefactores a través de tantos años. Sus sacrificios, oraciones y actos de servicio han sentado una base sólida para su congregación. Ustedes son piedras vivas, construyendo sobre este legado, continuando la misión con el mismo fervor y dedicación.
El llamado de su congregación a amar el Sacerdocio de Jesús y hacerlo amar es más relevante que nunca en nuestro mundo de hoy. En un tiempo en que muchos buscan significado y esperanza, su testimonio de la presencia eucarística de Cristo y su servicio desinteresado se erigen como un faro de luz. Nos recuerdan a todos que la verdadera realización no se encuentra en buscarse a uno mismo, sino en entregarse, no en acumular, sino en ofrecer, no en el poder, sino en el amor.
Al dar gracias por los últimos cien años, miremos también hacia adelante con esperanza y confianza en la providencia de Dios. Que este centenario sea un momento de renovación de la actitud oblativa para cada una de ustedes, un tiempo para profundizar su compromiso con su misión y entre sí. Continúen encontrando fortaleza en la Eucaristía, inspiración en el ejemplo de María, y abrazando su vocación con alegría y fidelidad. Que continúen dando testimonio ante la Iglesia y el mundo de que el dolor no es un mero daño colateral de la actitud de servicio, sino su culmen. Como ha dicho el Papa Francisco: “Sabio y bendito es el que acoge el dolor ligado al amor, porque recibirá el consuelo del Espíritu Santo que es la ternura de Dios que perdona y corrige”.
Que Santa María de Guadalupe continúe bendiciéndolas abundantemente con su intercesión, alcanzándoles la gracia para perseverar en su misión, crecer en santidad y continuar siendo una fuente de amor y servicio para el Pueblo Sacerdotal de Dios.