Location: San Fernando Cathedral
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: El día de hoy las lecturas de la misa nos invitan a considerar el pecado, la responsabilidad, la redención y el parentesco espiritual. Cada lectura nos brinda una perspectiva única sobre nuestra relación con Dios y con los demás, invitándonos a asumir la responsabilidad de nuestras acciones mientras buscamos una comunión más profunda con Cristo.
El pecado original consistió en intentar ser como Dios desconfiando de Dios y apartándose de su voluntad. En la lectura del Génesis vemos las consecuencias inmediatas del pecado original. Después de que Adán y Eva comieron el fruto prohibido, sintieron vergüenza y miedo. Cuando se encuentran ante Dios, Adán culpa a Eva y Eva culpa a la serpiente. Parecían muy valientes al querer ser como Dios y desafiar su voluntad, pero no tanto al tener que rendir cuentas de sus actos. Este pasaje resalta la tendencia humana a evitar la responsabilidad por nuestras acciones y echarle la culpa a los demás. Este es un aspecto fundamental del pecado: fractura las relaciones, no sólo con Dios sino también entre nosotros. Es fundamental reconocer nuestros propios pecados y fracasos, y asumir nuestra responsabilidad en lugar de esconderlos o culpar a otros.
Hay una diferencia radical entre los sentimientos que experimenta quien evita la responsabilidad y quien la reconoce, mientras se espera el juicio de Dios. La confianza del salmista en la palabra de Dios, esperando al Señor “mucho más que a la aurora el centinela”, habla de la anticipación esperanzada de la gracia y la redención divinas. El salmo responsorial nos recuerda la infinita misericordia de Dios: “Perdónanos, Señor, y viviremos”. El perdón de Dios siempre está disponible para nosotros si nos acercamos a él con un corazón contrito.
San Pablo, en la segunda lectura, habla de la renovación interior y del poder transformador de la fe. Marca un contraste entre nuestra decadencia física exterior y la renovación de nuestro ser interior a través de la fe. Las palabras de san Pablo nos alientan a centrarnos en lo eterno e invisible, en lugar de fijarnos en lo visible y transitorio. Nuestras aflicciones, aunque momentáneas, nos preparan para una gloria eterna. Esta perspectiva da sentido a nuestras luchas y fracasos, por la esperanza y la renovación que se encuentran en Cristo.
El Evangelio de san Marcos nos presenta una serie de confrontaciones contra Jesús: desde sus parientes, que piensan que está loco, hasta los escribas, que lo acusan de estar poseído por Satanás. En respuesta, Jesús destaca lo absurdo de que Satanás expulse a Satanás, y habla del pecado imperdonable de blasfemar contra el Espíritu Santo, lo que implica un rechazo total y obstinado de la misericordia y la gracia de Dios. Además, Jesús redefine la familia en un sentido espiritual, ampliando nuestra comprensión para incluir a todos los que siguen la voluntad de Dios. Jesús está revelando el alcance de la misericordia de Dios. Al perdonarnos, Cristo no sólo restaura nuestra condición anterior como criaturas, sino que también nos invita a un parentesco espiritual más profundo con Él, basado en la obediencia a Dios.
Aceptemos este desafío del Papa Francisco: “No tengan miedo de la voluntad de Dios. Más bien depositen toda su confianza en su gracia”. Asumamos la responsabilidad de nuestras acciones. Confiemos en la abundante misericordia de Dios. Abrámonos a la renovación interior a través de la fe. Abracemos a nuestra familia espiritual en Cristo haciendo la voluntad de Dios.
Pidamos a Santa María de Guadalupe que nos enseñe a hacer la voluntad de Dios.