Location: San Fernando Cathedral
Hoy el Señor sube al cielo. ¿Qué nos toca hacer a nosotros? La Ascensión del Señor es la expresión plena de su glorificación en el encuentro con el Padre, revelándonos las consecuencias últimas de la Resurrección. Al mismo tiempo, Jesús nos muestras el destino final al que somos invitados a participar. Pero antes, debemos recorrer el camino marcado por la misión que el Señor nos encomienda. Es su propia misión, de la que nos hace partícipes por obra del Espíritu Santo. Como los apóstoles, debemos disponer el corazón con total obediencia para recibir el Espíritu Santo que nos hará cumplir nuestra misión. El Señor se hace presente en el mundo mediante el cumplimiento de la misión de sus discípulos misioneros.
La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, describe la Ascensión de Jesús como la culminación del ministerio terrenal de Jesús. Este hecho marca el comienzo de una nueva fase para la comunidad de los discípulos y los encamina al nacimiento de la Iglesia. Mientras Jesús asciende físicamente al cielo, su presencia permanece con nosotros a través del Espíritu Santo, capacitándonos para la tarea que tenemos por delante. Este pasaje también subraya la importancia de mirar hacia afuera, hacia el mundo y sus necesidades, en lugar de simplemente centrarse en el reino celestial al que queremos llegar. La partida de Jesús nos desafía a involucrarnos con el mundo, provocando transformación y redención a través del Evangelio.
La segunda lectura, de la Carta a los Efesios, enfatiza la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo. La Iglesia está cimentada en una fe y esperanza común en Cristo. Nos recuerda nuestra vocación como miembros del Cuerpo de Cristo, llamados a vivir nuestra fe en comunidad y a proclamar el Evangelio al mundo. Este pasaje resalta el significado del bautismo como entrada a la comunidad de creyentes y recepción del Espíritu Santo. Al ascender el Cuerpo físico del Señor a la gloria del Padre, ambos nos envían al Espíritu Santo que hace presente el Cuerpo Místico de Cristo, que es su Pueblo Santo: la Iglesia. La presencia del Cuerpo Místico de Cristo se extiende mediante la labor de los cristianos movidos por el Espíritu Santo.
Por último, la lectura del Evangelio de Marcos presenta la comisión de Jesús a sus discípulos de salir y hacer discípulos en todas las naciones. Esta misión no es sólo una continuación del propio ministerio de Jesús sino también un llamado a imitar su ejemplo de amor, compasión y servicio. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a participar en la obra continua de construir el reino de Dios en la tierra, enfrentando el mal y llevando esperanza a todos los que sufren.
Nuestra comunión en Cristo nos hace copartícipes de una profunda responsabilidad, que al mismo tiempo es el privilegio de nuestra vocación como cristianos. Así como Jesús confió a sus discípulos la misión de difundir el Evangelio, también nosotros estamos llamados a ser testigos de su amor y misericordia en el mundo. Nos conviene que el Señor haya ascendido al cielo, porque, como ha dicho el Papa Francisco, Jesús “no quiere restringir nuestra libertad. Al contrario, nos hace un espacio, porque el verdadero amor siempre genera una cercanía que no aplasta, no es posesivo, es cercano… es más, el verdadero amor nos hace protagonistas”.
Que Santa María de Guadalupe nos ayude a ser misioneros del amor de Dios.