Location: St. Henry Catholic Church
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, al celebrar la Solemnidad de la Santísima Trinidad, nuestras lecturas de hoy nos introducen en el profundo misterio de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Además, celebrar esta solemnidad en la catedral, iglesia madre de nuestra Arquidiócesis, tiene un significado especial. Reflexionemos sobre el sentido que tiene hacer la señal de la cruz e invocar la vida de la Santísima Trinidad en nosotros.
En la primera lectura, del Deuteronomio, Moisés relata los acontecimientos incomparables en la historia de Israel, para recordar al pueblo que el Señor es el único Dios. Esto debe llevarlos a vivir con gratitud y a guardar los mandamientos de Dios, quien les promete prosperidad y una larga vida en la tierra que les va a entregar.
El Salmo Responsorial se hace eco de este tema de la elección y la bendición divina. “Dichoso el pueblo escogido por Dios”. Celebramos la justicia, la bondad y el poder creativo de Dios. La mirada vigilante de Dios está puesta sobre aquellos que le temen y esperan en su bondad, librándolos de la muerte eterna y sosteniéndolos en la adversidad.
San Pablo, en su carta a los Romanos, nos recuerda que no solo somos hijos elegidos sino también adoptados de Dios. Por el Espíritu Santo clamamos “¡Abba, Padre!” Así se muestra nuestra profunda relación con Dios, posible gracias al Espíritu de adopción. Como hijos de Dios, somos herederos con Cristo, llamados a compartir sus sufrimientos para que también podamos compartir su gloria.
El Evangelio de Mateo concluye con el gran envío. Jesús, con toda autoridad en el cielo y en la tierra, envía a sus discípulos a hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Esta fórmula trinitaria no es solo una frase ritual sino una invitación a la vida de Dios mismo. Significa nuestra participación en el misterio divino del amor y la unidad.
Cuando hacemos la señal de la cruz, profesamos esta profunda verdad. Declaramos nuestra fe en la Trinidad y recordamos la presencia de Dios en nuestras vidas. La señal de la cruz es una oración en sí misma, que resume nuestra creencia en el Dios Uno y Trino, e invoca su bendición. Es un gesto poderoso que nos marca como cristianos.
El misterio de la Santísima Trinidad es relacional: Padre, Hijo y Espíritu Santo en una perfecta comunión de amor. Esta relación divina se refleja en nuestras vidas. Somos creados a imagen de un Dios relacional, llamados a vivir en amor y comunidad. La Trinidad nos enseña que el amor es la identidad de Dios y la meta de nuestra existencia.
La revelación de Dios como Trinidad muestra que Él no es distante y solitario, sino una presencia íntima y amorosa. Como ha dicho el Papa Francisco: “Dios es amor, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y ha dado la vida por nosotros, por eso hacemos la señal de la cruz”. La creación del Padre, la redención del Hijo y la santificación del Espíritu son actos del amor desbordante de Dios. Nuestra respuesta es vivir en este amor, construyendo relaciones de amor y servicio.
Renovemos nuestro compromiso de vivir como hijos de Dios. Reconozcamos las bendiciones que fluyen al invocar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Abracemos el llamado a amarnos unos a otros como Dios nos ha amado, dando a conocer su amor en todas partes.
Que Santa María de Guadalupe nos ayude a abrir nuestros corazones al amor de Dios Padre y a la gracia de nuestro Señor Jesucristo, para que la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros, ahora y siempre.