Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy nos reunimos con profunda gratitud para celebrar los 25 años de consagración al Señor de la Hermana Estela. No solo se trata de un hito en el tiempo, sino de una cosecha de amor, servicio y dedicación. Nuestras lecturas de hoy hablan de un amor profundo, tanto humano como divino, que refleja la relación que la Hermana Estela ha cultivado con Cristo a lo largo de estos años.
En el Cantar de los Cantares escuchamos las palabras del amado llamando a su amada: “¡Levántate, amada mía, preciosa mía, y ven!” Este pasaje refleja el llamado que la Hermana Estela escuchó hace tantos años: la voz de Cristo, su amado, invitándola a una vida apartada del mundo para Él. Al igual que el amado que salta sobre montañas, ella ha recorrido los altibajos de la vida religiosa, con su corazón sellado al de Cristo en una alianza de amor que no podrían extinguir los ríos ni los océanos. Este amor, queridos amigos, es la semilla que fue plantada hace 25 años. Ha echado raíces, ha crecido y hoy somos testigos de sus frutos.
El Papa Francisco ha dicho: “La vida consagrada es experta en comunión; la vida consagrada es itinerante, es promotora de fraternidad”. Hoy, Hermana Estela, es un buen día para preguntar a tu familia y a la comunidad si efectivamente son testigos de estos frutos de tu consagración. ¿Has ha dado frutos de amor, bondad, compasión y fidelidad? 25 años dan fe del cuidado que has dado a la semilla que Cristo plantó con la ayuda y las oraciones de todos, regándola con la gracia de Dios.
En la Segunda Carta a los Corintios se nos recuerda la fragilidad de la condición humana. Dice San Pablo: “Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro”. Reconocemos que la fortaleza, la perseverancia, el servicio y el amor de la Hermana Estela por el pueblo de Dios no provienen de ella, sino del poder sobreabundante de Dios que actúa en ella. Aun cuando ha enfrentado desafíos, aflicciones y momentos de duda, la Hermana Estela, al igual que San Pablo, nunca ha sido abandonada. Su vida ha sido un testimonio de la muerte y resurrección de Jesús, manifestando la vida inextinguible del Señor a quienes la rodean.
Como escuchamos en el Evangelio de hoy, Jesús nos manda: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. Los 25 años de vida religiosa de la Hermana Estela han sido una encarnación de este mandato. Ella ha permanecido en el amor de Cristo, guardando sus mandamientos y a través de ella, la alegría de Cristo se ha hecho presente entre nosotros.
Que Santa María de Guadalupe te ayude, Hermana, para que el resto de tu vida produzca una cosecha aún mayor. Que las semillas plantadas en ti y a través de ti, sigan dando fruto para mayor gloria de Dios.