Location: Monterrey, Nuevo León, Mexico
Queridos hermanos en Cristo: Al reunirnos los obispos en estos tiempos desafiantes, somos muy conscientes de las pruebas que enfrentan nuestras comunidades. El mundo está experimentando cambios profundos. Este año enfrentamos la complejidad adicional de las elecciones en ambos países. El estado de derecho y el tejido de nuestras sociedades están siendo puestos a prueba de maneras que afectan más a los más vulnerables: los migrantes, las mujeres agobiadas por embarazo y sus hijos, los jóvenes reclutados para el crimen, las víctimas de trata, extorsión, secuestro, y tantos otros.
Es fácil sentirse abrumado por las inmensas dificultades de la secularización, la migración, las epidemias de drogadicción y depresión, el cambio climático y más. Estos desafíos fácilmente pueden paralizar a cualquier líder de buena voluntad. Las palabras de San Pablo en la primera lectura, recordándonos que ninguno puede jactarse de su sabiduría o poder, resuenan intensamente en nuestros corazones en la coyuntura actual. Sin embargo, el apóstol nos ofrece la salida al laberinto de la desesperación, aconsejándonos que solo nos gloriemos en el Señor, reconociendo efectivamente que nuestro llamado y misión superan nuestra capacidad humana. Solo el Espíritu Santo puede darnos la sabiduría y la fortaleza para navegar en estas aguas turbulentas.
La parábola de los talentos también debe conmover poderosamente nuestra conciencia en el contexto actual. El siervo que, por miedo, enterró su talento nos sirve como advertencia. Nosotros también podríamos sentirnos tentados a ocultar nuestras responsabilidades por miedo, abrumados por la enormidad de nuestras tareas y de los peligros que conllevan. En el pasaje sobre el Juicio Final, que sigue a la lectura de hoy en el evangelio de San Mateo, Cristo revela su presencia en el hambriento, el forastero, el encarcelado y todos los que carecen de lo que nosotros podemos darles. El Señor nos recuerda nuestro deber de mantenernos firmes en la defensa de los débiles y de quienes son engañados para hipotecar su libertad y su futuro como pueblo, a cambio de ilusiones.
Hablando sobre el deber de anunciar a Jesucristo con parresia, el Papa Francisco se ha referido al primer discurso de Pedro, cuestionando así: (cito) “¿Pero de dónde le viene el coraje a este cobarde que ha negado al Señor? ¿Qué ha pasado en el corazón de este hombre? El don del Espíritu Santo: la franqueza, el coraje, la parresia es un don, una gracia que el Espíritu Santo da el día de Pentecostés” (fin de la cita). El Señor nos llama a confiar. Nos impulsa la fe y la esperanza en la mirada misericordiosa que el Padre dirige a cada uno. Sabemos que la ternura de Dios se nos hace sentir a través de nuestras propias acciones para que su amor y su justicia, revelados a través de Jesucristo crucificado y resucitado, se manifiesten en el mundo. Nuestro miedo no debe paralizarnos. Debemos enfrentar la realidad sin ingenuidad y con valentía, sabiendo que el Espíritu Santo es nuestra guía y fortaleza.
Oremos fervientemente a Santa María de Guadalupe. Que ella nos obtenga la sabiduría y el valor que necesitamos para cumplir nuestras responsabilidades con fe y esperanza. Sigamos adelante como administradores fieles de los dones que Dios nos ha confiado, seguros de que, movidos por el Espíritu Santo podemos contribuir a construir un futuro lleno de esperanza y justicia para todos.