Location: St. Vincent de Paul Catholic Church
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, esta misa por el respeto a la vida es un momento sagrado que hemos reservado para reflexionar sobre el precioso don de la vida y nuestro llamado a protegerla desde la concepción hasta la muerte natural. Toda vida humana, por pequeña, vulnerable que sea, o agobiada que esté, es fruto del amor de Dios y merece ser apreciada y amada por todos. Nuestra misión como discípulos de Cristo es clara: debemos defender la dignidad y la santidad de la vida en todas sus etapas. Sin embargo, tenemos este deber no solo porque nos lo manda a quienes creemos que Jesús es el Hijo de Dios, sino que Él nos lo manda porque corresponde a todo el género humano velar unos por otros. Es un deber natural de todos, que se ve reforzado por nuestra fe.
En el Evangelio de hoy escuchamos cómo Jesús miró al hombre rico y lo amó (Mc 10,21). Esta mirada de amor nos recuerda que cada persona, sin importar sus circunstancias, es preciosa a los ojos de Dios. Es este amor el que nos impulsa a proteger a los no nacidos, a los ancianos, a los enfermos, a los afectados por la guerra, a los condenados a muerte y a todos los que sufren. No podemos limitar nuestro amor a aquellos a quienes es conveniente amar; más bien, estamos llamados a extenderlo incondicionalmente, tal como lo hace Jesús.
Nuestra fe católica enseña que el derecho a la vida y la dignidad de la persona humana son fundamentales. Esto implica la protección incondicional de toda vida humana, incluso de aquellas que la sociedad puede pasar por alto o descartar. Estamos llamados a defender a los vulnerables, no solo oponiéndonos a amenazas como el aborto y la eutanasia, sino también abogando por la paz, la justicia y el trato justo a los migrantes, las víctimas de la trata de personas y todos los que sufren.
Como ha dicho el Papa Francisco: “En efecto, la vida que estamos llamados a promover y defender no es un concepto abstracto, sino que se manifiesta siempre en una persona de carne y hueso: un niño recién concebido, un pobre marginado, un enfermo solo y desanimado o en estado terminal, alguien que ha perdido el trabajo o no puede encontrarlo, un emigrante rechazado o marginado. La vida se manifiesta en concreto, en las personas.”
Mientras nos esforzamos por proteger la vida, recordemos la sabiduría de Santa Teresa de Ávila: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”. En un mundo que a menudo devalúa la vida, debemos permanecer firmes en nuestra misión, confiando en que el amor de Dios es constante e inmutable. Nuestros esfuerzos pueden parecer pequeños ante los desafíos del mundo, pero solo Dios basta. Con Él, incluso nuestras acciones más pequeñas para proteger la vida tienen un valor infinito.
En esta celebración de la Eucaristía y contando con la protección de Santa María de Guadalupe, volvamos a comprometernos a ser voces para los que no tienen voz y protectores de los vulnerables. Seamos instrumentos del amor de Dios y defensores de la dignidad de cada persona, sabiendo que al actuar así seguimos el ejemplo de Cristo, que nos mira a todos con amor.