Location: San Fernando Cathedral
Queridos hermanos y hermanas: en el Evangelio escuchamos la enseñanza profunda de Jesús sobre el amor a Dios y al prójimo, que nos arraiga en el corazón de su sacerdocio y misión. Cuando le preguntan por el mandamiento más grande, Jesús cita del libro del Deuteronomio: “Escucha, Israel… Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…” Luego lo combina con: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús lo deja claro: el verdadero amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo. Esta unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo revela el corazón mismo de Dios y es la esencia del Sumo Sacerdocio de Cristo.
El Papa Francisco habla de forma hermosa sobre el Corazón de Jesús, en conexión con nuestros propios corazones, en la cuarta encíclica que ha escrito en su Pontificado y que publicó hace unos días, titulada “Dilexit nos”, que significa “Él nos amó”. Esta conexión, dice el Papa, nos recuerda que la reconciliación y la paz nacen del corazón. En el Corazón de Cristo “nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social”.
Aquí, en la Catedral de San Fernando, vemos este milagro en acción a través de una comunidad diversa que preside en el amor a toda la Arquidiócesis. Personas de diferentes culturas y orígenes se reúnen como una sola familia de Dios, unidas por el amor de Cristo. Nuestro llamado es a profundizar esta unidad, a servirnos unos a otros y a satisfacer las necesidades de nuestro prójimo, especialmente de los más vulnerables.
En la Carta a los Hebreos se nos recuerda que Jesús es nuestro Sumo y Eterno Sacerdote. También es la Víctima sin defecto que se ofrece en sacrificio y el Altar. Él conoce nuestras luchas y se ofrece por nosotros. A diferencia de los sacerdotes de la antigüedad, cuyos sacrificios eran temporales, el sacrificio de Jesús en la Cruz es eterno y llega a cada corazón. Su sacerdocio no está limitado por rituales, sino por un amor que lo abarca todo. Es un amor que nos llama a cada uno de nosotros a superar las divisiones, a fomentar la paz y a vivir la justicia de Dios.
Preguntémonos, mientras reflexionamos sobre el llamado sacerdotal de Jesús, “¿Amo a mi prójimo como Jesús me ama?” Esta pregunta nos invita a un amor activo, generoso y compasivo. A través de nuestro bautismo participamos de la misión de Cristo. Ya sea que estemos ayudando a alguien necesitado o defendiendo lo que es correcto, servimos como extensiones de las manos y el corazón de Cristo.
Roguemos a Santa María de Guadalupe que nos ayude para que podamos, como dice el Papa Francisco, abrir nuestros corazones para construir el reino del amor y la justicia de Dios. Unidos con Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, seamos agentes de reconciliación, ofreciendo un testimonio que el mundo necesita desesperadamente. A través de este amor, honramos a Dios, profundizamos nuestra fe y nos acercamos como familia en Cristo.